lunes, 19 de mayo de 2025

Viaje a Pantaélica, de Francisco Nieva

 Descubro a Francisco Nieva con este Viaje a Pantaélica. Como no soy de mucho teatro no es un personaje que tenga fresco. Francisco Nieva tuvo su auge, yo diría, en los setenta y ochenta, aunque ya andaba escandalizando las tablas desde los sesenta, según un documental de la TVE2 que vi por casualidad hace unos meses. Me llamó la atención. Aunque el nombre me sonaba, no era alguien que me hubiera despertado la curiosidad, lo recordaba más bien como una de esas figuras relumbronas de la cultura madrileña y poco más. Me entero por el documental de que era un hombre íntegro de teatro, es más un vanguardista de lo más audaz, tanto que se veía bastante dificultado por las autoridades para representar sus obras. A cambio, también ocupaba otros apartados de la escena como dirección, escenografía, etc. 

Y también practicaba la novela. Y ahí sí que levanté las orejillas, porque un tipo de este talante no debe escribir corriente. No sé por qué lo relacioné con otro autor que me descubrieron recientemente, Agustín Gómez Arcos, y aún otro, Angel Vázquez Molina, autores muy peculiares que con ser muy afamados dentro de sus ámbitos no parecen tener ningún relumbre de estrellas mediáticas, o de otra manera ya habría sabido de ellos. Yo tampoco es que profundice la tierra, apenas formo surco sin hundir demasiado el arado. 

Pues tiene unas cuantas novelas don Francisco y esta me ha gustado tanto como para repetir. Agustín Gómez me pareció muy arduo, muy seco, claro que era Mama Non, que sin dejar de ser prodigio, que era un prodigio la jodida novela (porque uno nota que hay capacidad en esa manera de mantener la tensión, la incomodidad,las sensaciones, en un relato tan seco, tan falto de acción; el tal relato consiste en una mujer que camina, que piensa y piensa y piensa, dirigiéndose a un penal donde cree que tienen encerrado a su hijo que probablemente ya ha sido fusilado), es incómoda de leer. Por otro lado Angel Vázquez, con La vida perra de Juanita Narboni, todavía no se me ha apetecido leerla, la he ojeado, he visto una película que hay por ahí. Ambas comparten un realismo, pero seco, un realismo cargado emocionalmente, muy diferente de aquel realismo social plano, casi cinematográfico de los sesenta, Luis Goytisolo, Fernandez Santos… Recuerdo una de Francisco Candel que leí de pequeño que hasta dolía, Han matado a un hombre han roto un paisaje, se llamaba. A mi abuela, a la que se la pedí prestada, le parecía hasta inmoral, por lo explícita que era en lo brutal. 

Al grano, Viaje a Pantaélica es, como dice el título un viaje a Pantaélica, una isla situada por el mediterráneo, por ahí por donde andan Malta, Sicilia, Córcega. La primera idea que se me ha venido a la mente es, desde luego, Marco Polo. Es un libro de viajes, claramente, donde hay mucha descripción del paisaje, sobre todo urbano y humano, con sus costumbres y comportamientos. La segunda idea es que Pantaélica podría  haber sido una de las Ciudades invisibles  de Italo Calvino por lo extravagante de estas costumbres. Por ejemplo, la ciudad está poblada de palacios, solo hay palacios de los aristócratas; son tan amplios y ocupan tanto espacio que no hay lugar para que las clases inferiores construyan sus viviendas, así que estos se habilitan como pueden sus lugarcitos entre las paredes que lindan los palacios. Los palacios son tan enormes que han de recorrerse a caballo si uno desea ir de una habitación a otra. Se amueblan imitando un bosque, una pradera, montañas, lagos ríos, incluso animalitos, pero todo tallado en madera, hasta las cucarachas.

El personaje, Cambicio, viaja a Pantaélica con su tío, Dondeno, y su preceptor, el abate Fiacro d'Arcángeli, supuestamente para que Cambicio conozca a una dama con el propósito de aspirar a su mano. Cambicio no va muy convencido porque las descripciones que se han hecho de la dama y de su padre, no la favorecen, precisamente, pero le apetece el viaje que el abate Fiacro, que ya conoce el lugar, le ha descrito con mucho interés. La primera sorpresa con la que se encuentra no es que la dama no sea como se ha descrito, sino que quien más interés tiene en aspirar a su mano no es ella sino su padre, el conde Orla,  que tiene un cuerno en la frente y que ciertamente es bastante demoníaco. Parece que no es extraño en estos parajes que un aristócrata aspire a la mano de un joven, aunque tampoco sea una costumbre habitual ni bien vista. Aquí todo es así, extraño, incluso desaprobado, pero nunca rechazado, todo lo más ignorado, desatendido. Lo que no se quiere ver, simplemente no se mira y a otra cosa. La burocracia es muy compleja, pero nadie le hace mayor caso. Y solo ocasionalmente se cumplen sus preceptos para que todo el mundo admita que funciona y que tiene una finalidad el que exista. Así sucede con todas las normas sociales, compromisos, protocolos. 

Es un lugar donde cada día le ocurren cosas extraordinarias a Cambicio hasta el punto de que este acaba hastiado de esta continua sorpresa. Al principio muestra interés en conocer y relatar diferentes aspectos de aquel país que le llaman la atención. Pero se va integrando, sin él saber cómo ni por qué, en las costumbres del lugar, es decir lo van aceptando poco a poco dentro de su universo loco, sin que Cambicio acabe de hacerse con el control de lo que sucede, con un modelo que le pueda explicar por qué sucede y qué sucederá a continuación, y así anda siempre de sorpresa en sorpresa hasta quedar ahíto de tanta cosa sorprendente. Finalmente tiene que huir en busca de un poco de monotonia, de tranquilidad, de sentido común o de sentido de la realidad tal y como lo conocía antes. 

En aquel país, Cambicio es un, a modo de El Salvaje, en el Mundo Feliz, porque sin duda, con toda su locura, aquel es un mundo feliz, donde todos están hechos a lo que sucede cotidianamente, al sinsentido de todo, que se toman tan en serio y tan inconsecuentemente. Sin embargo para un ser ajeno a ese medio, todo le parece extraño y sorprendente, como si de pronto le hubieran cambiado las leyes que gobernaban tradicionalmente la naturaleza y ahora tuviera que acostumbrarse a vivir sin gravedad, sin acción y reacción, sin relación causa efecto…

Una constante sensación que tiene el lector a través de lo que cuenta Cambicio es que esa sociedad está regida por la mentira social aceptada. Es la visión de Cambicio, que no puede asegurar que todos sean hipócritas y conscientes de la mentira en la que viven, pero que para él es imposible que no sea así. El caso de su tío Dondeno es paradigmático, me parece. Cambicio cree que su tío ha muerto. Su tío, al que hace tiempo que no ve, ha sido  «adoptado» por un príncipe local al que le gusta estar rodeado de ancianos. Cambicio, escamado por la falta de noticias, acude en su busca y no consigue encontrarlo. Todos le aseguran que está allí, que hace un momento que han hablado con él y señalan hacia otra parte, incluso lo ven a lo lejos, pero Cambicio no consigue encontrarlo. Lo más que consigue es que un voluntario vaya en su busca le pregunte algo y regrese con la contestación de su tío. Y, sorprendentemente, esta encaja con lo sabido por Cambicio que había puesto a prueba al servidor y se disponía a destapar el engaño una vez obtenida la respuesta. 

Ocurre que, según le han explicado a Cambicio, cuando alguno de  «sus» ancianos muere, el príncipe se niega a aceptarlo, y por lo tanto, por no darle un disgusto, nadie se atreve a decirlo. Así que los ancianos no mueren, están allí, todos hablaron con ellos, cuentan anécdotas que los tienen como protagonistas o recuerdan chascarrillos por ellos expresados hace un momento,  dejan su sitio en la mesa y todos conocen las excusas, perfectamente aceptadas, por las cuales  «hoy» no ha acudido al almuerzo. Así, los ancianos acogidos por el príncipe, siguen existiendo años después de su muerte, hasta que un día, cuando ya se diluye el afecto del príncipe, y por algún azar que obligue a sacar a la luz el tema, se reconoce su defunción, nadie recuerda cuándo ni en qué circunstancias; se celebran unos ceremoniosos funerales y se erigen los correspondientes túmulos a los que el príncipe y todos sus acólitos acuden apesadumbrados por la espantosa pérdida y se cierra el asunto. 

Todos conviven con esa mentira. Atreverse a exigir la verdad, la presencia física de su tío, lo único que le procura a Cambicio es que lo expulsen de la sala por provocador. El propio Cambicio acaba por integrarse a esa mentira y escribe cartas explicando todos sus problemas de adaptación a su tío que este responde muy juiciosamente, incluso  con más sensibilidad que la que él mismo apreciaba en él, según cree recordar. 

No me cabe duda de que uno de los  «temas» de este libro es precisamente este de la aceptación de la mentira social como tributo a la convivencia.  Negarse a admitir los convenios con los que diariamente convivimos es poco menos que ponerse en contra de la sociedad, volverse un conspiranóico o simplemente un alborotador.  Aunque con el surgimiento de las redes y el auge de las opiniones particulares, esta figura del conspiranóico, del alborotador y del creador de falsas realidades se haya convertido ya en un elemento social consolidado que contribuye aún más al caos reinante y que poco a poco vamos también aceptando como parte del ecosistema de nuestras sociedades.  

Hay mentiras tan flagrantes como la de la educación, por ejemplo, donde tenemos todo un sistema educativo que se ve constantemente contradecido por el comportamiento social exhibido en los medios de comunicación, la publicidad, la música de entretenimiento, etc. con que todos, jóvenes, mayores y los de en medio, somos permanentemente machacados. Tenemos un sistema político supuestamente  «regido por el pueblo», que apenas interviene cada cuatro años para sancionar a unos políticos que emplean cantidades ingentes de dinero en convencer con falacias a través de los medios de comunicación, a los votantes de que marquen su nombre en las casillas correspondientes. Y lo hacen sin exponer planes ni proyectos,  ni ideas,  simplemente acudiendo a la descalificación del contrario, al uso del miedo y la amenaza imprecisa. Tenemos unos medios de comunicación que construyen la realidad que desean que se asuma en relación con determinados temas según su tendencia, que depende de qué grupo político o económico los financie. Tenemos un sistema empresarial  que discute cada avance en el aspecto de la mejora laboral y económica de los trabajadores mientras paga inmensas cantidades para convencer a esos mismos empleados de que consuman cada vez más innecesarios productos.

En fin, tenemos países inmersos en una exhaustiva labor de exterminio de personas que rechazan llamar a eso genocidio, porque genocidio solo hay uno, el que cometieron contra ellos, todo lo demás son acciones de auto defensa. Y emplea arrobas de dinero para que todos aceptemos que cada país tiene derecho a matar cuánto y cómo le de la gana sin que ningún otro país pueda censurarlo, lo que sería claramente una manifestación de hostilidad xenofóbica. 

Quitando intensidad política, y a un nivel mucho más de calle, simplemente cómo aceptamos todos la mentira del amor como enamoramiento, ensalzado por todas las canciones y novelas que se escriben incesantemente sobre ello, forjando un ideal de relación idílica con otras personas,  cuando todos sabemos que cada caso es un caso particular y que nadie ha rozado ni siquiera esos estados de altísima emoción que se describen constantemente, y que, peor aún, la consecuencia más directa de esa falta de acoplamiento entre el inalcanzable ideal y la realidad más tozuda es que  alguien acabe muriendo, generalmente la parte más inocente. 

Pues todas estas tonterías me vienen a la cabeza leyendo este libro de Francisco Nieva. Te hace plantearte que en el fondo una sociedad está construida sobre un conjunto de sobreentendidos que, no sé si muchas veces, pero al menos en los señalados arriba, ya hace mucho tiempo que han dejado de ser  veraces pero que, aún sintiéndolo así, seguimos respetándolos por no romper el estado de cosas tal y como está, pues eso nos obligaría a redefinir la organización, lo que significa la molestia de tener que hacer cambios en nuestro apacible modo de vida, qué pereza. 

miércoles, 30 de abril de 2025

Gatópolis año seis mil

 Se cuenta que en aquellos bárbaros tiempos, para controlar la población gatuna, metían a las camadas de gatitos recién nacidos en una bolsa y los arrojaban a un río. Eso en principio. Porque los gatos siempre fueron pasto de las alimañas humanas, con los que se ejercitaban para afinar sus habilidades criminales.

 Desde niños se jugaba a atarles a la cola todo tipo de artilugios para divertirse mirando las alocadas correrías del pobre animal huyendo de un peligro que le seguía implacablemente, fueran cacharros o botellas con sus ruidos amenazadores, ya fuera incluso fuego. No era raro que los mismo niños y los mayores se retasen a matar gatos, bien con sus manos o con instrumentos de tortura tales como palos o cuchillos. Al punto de gozar lanzando gatitos recién nacidos contra la pared. 

Se aprovechaban la pacífica convivencia que los gatos les concedían inocentemente creyendo que les agradecerían los múltiples servicios  que les procuraban, como librarles de la incómoda molestia de otras especies, tales como ratones o cucarachas. Incomprensiblemente mostraban una mayor deferencia hacia los perros; sin duda porque, en muchos casos, estos, a su vez, adoptaban con facilidad las costumbres bárbaras que aquellos le enseñaban con diligencia. Era tal la saña con que trataban a nuestra especie que hasta cuando se peleaban entre ellos, los hombres tenían por costumbre meter gatos adultos en bolsas de arpillera y lanzarlos al mar para que se ahogaran. Y no se contentaban con eso, sino que, para aumentar su sufrimiento, metían con ellos un hombre.